
Como a contracorriente del lugar común que quiere convencernos de que las mujeres solo pueden hablar de las mujeres, Elena Santiago construye el entero orbe de ”El amante asombrado” a través de la voz de un hombre, instrumento involuntario de la danza de mujeres de cuyos deseos cruzados él se hará instrumento una y otra vez: las seductoras lavanderas de su primera infancia, la fría y seca esposa, y, finalmente, el triángulo feroz al que le llevan la codicia y el placer. Allí se anudan los pequeños delitos y los pequeños adulterios de provincia, hasta conformar una trampa de la que el protagonista no puede escapar.